Publicado el10 de julio de 2008 11:47
Apreciaciones y anotaciones sobre el libro “La ciudad de los culpables”
Continuando con mis comentarios al libro de "La ciudad de los culpables" de Rafael Inocente, aquí les reproduzco un fragmento del libro que posteriormente enriqueceré según mi experiencia.
Parte II: El zapata preuniversitario
Página 62-64
Dicen que lo que no nos cuesta no es valorado y quizás sea cierto. A los dieciséis años ingresé sin mucho esfuerzo y a la primera ocasión a tres universidades – Católica, San Marcos y Agraria – luego de seis meses de preparación, más política que académica, en
No me hice nunca problemas con los huevonazos esos que repetían nerviositos: Puta, cuñau, si no tienes por lo menos tres ciclos preparándote no la agarras; puta,
De esta época preuniversitaria, en la cual ya era un cuestionador en ciernes, recuerdo, sobre todo, a aquellos muchachos que enseñaban en
No era una, sino varias las chicas que, apenas entraba Benedicta, la joven que enseñaba Trigonometría, se persignaban. Sí, aunque parezca increíble, se persignaban, y las más forajidas se retiraban del salón pues ella, Benedicta, no permitía que se pusieran los audífonos del walkman para evitar escucharla. De los noventa minutos de clases, treinta los ocupaba en conversar sobre la realidad que vivíamos, decía que para despertar conciencias dormidas. Recuerdo la primera clase como si fuera ayer. Ningún profesor que tuve después volvió a iniciar una clase de matemáticas de la manera en que lo hizo ella aquella mañana. Entró decidida, batió las palmas a la altura de sus ojos, dio un par de vueltas al tabladillo y habló con voz nítida, "Muchachos, yo no he venido a enseñarles sólo matemáticas. He venido sobre todo a cumplir una obligación moral. ¿Y saben cuál es? ¿Quieren saberlo? Es la de corromperlos; sí, he venido a corromperlos, porque esa debería ser la verdadera labor de un profesor: co-rrom-per, han escuchado bien, co-rrom-per especialmente a la niñez y a la juventud. Corromperlos para salvarles de la obra nefasta de la educación que han recibido en los doce años de colegio y otros tantos que vienen idiotizándose con la televisión y la radio, abrirles los ojos frente al oscurantismo y la vileza de este sistema podrido". La convicción de sus palabras y la limpieza de su mirada nos dejaron atónitos, incluso a los pendejitos que usualmente se burlaban cuando algún profesor intentaba ensayar el discurso e incluso también a aquellos chanconazos pobretones que quemándose las pestañas iban a cambiar su situación y la de los suyos y a quienes su mamá les había advertido muy bien acerca de no juntarse con "los politiqueros", con "los terrucos". Luego tomó unas tizas y se acercó al pizarrón, lentamente. No escribió ni un solo numero en la pizarra, sino que escribió nombres de filósofos griegos desconocidos para la mayoría de nosotros: en la pizarra aparecieron Tales, Anaximandro, Anaxímenes y Demócrito y fechas que decían todas A.C y luego un lugar, Mileto. Contó la historia de Pitágoras y de cómo pudo haber surgido el desarrollo matemático en Grecia, gracias al contacto con los sabios árabes y de las necesarias condiciones históricas y económicas que dieron lugar a tal o cual teoría matemática. Y luego, recién se animó a dibujar algunas figuras geométricas con los diez colores de tizas que extraía no sé de dónde.
Comentarios
Publicar un comentario